Después de tres años sin
dirigir, el cineasta coreano regresa con un documental absolutamente
íntimo, en el que expone sus problemas como artista y el porqué de tanto
tiempo inactivo. Decir que Kim Ki-duk se desnuda delante de su cámara
sería caer en una frase fácil: en Arirang, el director no le teme ni al
egocentrismo ni a la verdad. Muestra el rostro oculto del cineasta, el
de las aristas y las dudas. Y lo hace, además, sin ayuda alguna: sin
equipo, sin dinero, solo ante el peligro.
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